Manos Abiertas, alegrando momentos

Comencé el día temprano, con ánimos, expectativas y ganas, muchas ganas. Nos subimos al auto con pocas señas de a dónde iríamos, pasar un rato con los chicos ¿haciendo qué?, me lo pregunto en el camino, preparándome para ellos, para lo que necesiten. Es más lejos de lo que pensaba. Avanzamos por calles que desconozco, adentrándonos en las zonas B que poco salen en las noticias felices de los noticieros; llegamos, finalmente, a una casa bien construida, con colores claros y buenos augurios.

Nos recibe la sonrisa de Claudia, no se la sacó en todo el rato que estuvimos, hay calidez y aguante detrás de esa sonrisa y charla fácil que dejan escapar el trabajo que implica llevar una casa que alberga sueños y miedos en igual medida. El espacio es abierto, las fotos y los dibujos dan testimonio de lo que pasa entre estas paredes.

No los vemos apenas llegamos, están atrás, desayunando: nos acercamos con timidez y disposición. Ellos hacen la suya: nos miran un poco, se comen todo el yogurt, tocan algunas galletitas. Se los ve sanos y contentos. Comienzan los más revoltosos a hacer comentarios, se molestan entre sí. Se conocen, están en confianza.

Comenzamos la actividad: hicimos una ronda de reconocimiento: nombres, edades, cuadros de fútbol ¡Ya no somos tan extraños! Distribuimos los materiales, le mostramos los modelos de tarjeta. Hoy le escribimos a quien nos provoque, no hablamos de navidades abundantes ni de listas de deseos. Hoy damos tiempo y cariño. Algunos se entusiasman más que otros, pero al final todos se animan. La creatividad es moneda corriente, se les ocurren millones de cosas, las pintan, las recortan y las pegan. Nos sentamos con cada uno, con todos. Tratamos de hablar de cosas neutras, nada muy disparador. Nos enteramos de sus historias familiares, de sus colores favoritos, de los recipientes de las tarjetas. Algunos no escriben nada, se vuelcan al dibujo. Yo me maravillo con lo que se les ocurre.

Van terminando, dan los últimos toques, con paciencia, con amor. Yo vengo arengando a Jesús, un chiquito con una dedicación tremenda, que hace unas flores preciosas, desde que comenzó me gustó lo que hacía. Le dije: Sí ves que desaparece esa tarjeta tan linda fui yo. Le pone su nombre al dibujo y le digo escribe que es para Verónica, le vengo insistiendo con la tarjeta. Lo escribe sin pensarlo y me la regala. Llegó la navidad, yo ya no necesito nada más.

Salimos al patio, está lleno de la vitalidad de unos niños que merecen más de lo que les ha tocado. Jugamos un rato, nos muestran más de sus talentos. Ya viene la hora de ir al colegio y de la vuelta a nuestros micromundos. Nos tomamos la foto grupal, no queremos olvidar que estuvimos un ratito con ellos. Nos quedamos con las historias, con las posibilidades, con las ganas de hacer más. Nos despedimos de los chicos, de las señoritas, de estas almas que hacen lo que otros no tienen ganas: ponerle pecho a la realidad para cambiarla un poco y, quizás, salvarle la niñez a unos cuantos. Nosotras nos vamos, ellos se quedan, los 365 días del año, conteniendo y cobijando al futuro del país. Queremos volver.