Supongo que más de una vez te asaltó la siguiente duda: ¿Hasta dónde vale la pena sostener una conducta nueva? o ¿Cuánto esfuerzo es necesario tolerar hasta ver resultados? Vinculemos esto con, por ejemplo, la delegación de tareas.
Sabemos que a muchos líderes les cuesta realizar esto y, quienes se animan, en más de una ocasión se preocupan y piensan: “¿Podrá esta persona hacer algún día lo que le pido?” “¿Me adelanté en la decisión y aún no está lo suficientemente capacitada o madura para lograrlo?”
Otro caso: Nuestra empresa decidió encarar un proceso de transformación y resulta indispensable modificar los puestos y las tareas, de tal modo que muchas quedarán en el olvido y otras serán totalmente nuevas. Para estas últimas, será indispensable desarrollar habilidades en los colaboradores y, aquí, de nuevo el enigma: “¿Hasta qué momento debemos entrenarlos y esperar que adquieran estas competencias?” Inquieta imaginar tanto una espera infinita como un erróneo apresuramiento…
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Agrego a la lista de ejemplos a la toma de decisiones en general; al propio compromiso con una nueva tarea; al desarrollo de un hábito, y podría seguir sumando otros.
Hoy quiero proponerte un ejercicio simple para lograrlo. Quienes practicamos la disciplina tan en boga en los últimos años del running callejero, vamos variando los entrenamientos con el fin de lograr mejoras y, de paso, no aburrirnos. Así, hay días de pasadas (distancias cortas a alta velocidad y muchas repeticiones); otros de fartlek (aumentar o disminuir el ritmo de forma periódica); las cuestas y, por lo general, los fines de semana lo dedicamos a los denominados “fondos”, que no son otra cosa que distancias largas a una velocidad que podamos soportar.
Posiblemente esos días sean los que mayores desafíos presentan, en tanto, podés encontrarte con cuestiones climáticas desfavorables (frío, lluvia, viento, calor excesivo), alguna que otra molestia muscular (para los que peinamos canas, normalmente en las rodillas) y, sobre todo, obstáculos mentales. Luego, la primera barrera a superar está al inicio.
Explico: cuando comenzás a trotar, las primeras sensaciones son placenteras: el aire en la cara, la sensación de libertad, etc., etc. Pero enseguida el corazón arranca a latir más rápido; las piernas, a ser más exigidas, y nuestra cabeza, que también hace lo suyo cuando te cuestiona si vas a poder lograr tu objetivo del día. Es así hasta un momento puntual en el que la cosa cambia y comenzás, ahora sí, a gozar realmente de la actividad. Muchos llaman a esto “cambiar el aire” y yo, con el tiempo, logré identificarlo en los 2 km.
Sé, como todos los que practicamos esta actividad, que si podés aguantar estos primeros 2 km, los demás van a ser completamente disfrutables.
Haciendo una analogía con el ámbito laboral, invito a cada uno a identificar sus primeros 2 km. Es decir, a determinar un límite mínimo, pero indispensable, un “hasta donde” debo sostener el primer esfuerzo, para no abandonar antes de tiempo.
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El ejercicio consiste en tomar como referencia hechos o circunstancias anteriores en los que hayamos podido sostener una conducta luego de un esfuerzo inicial y que, de no haberlo hecho, hubiésemos perdido una oportunidad valiosa. Recordar, por ejemplo, cuando decidimos transparentar nuestra grilla salarial y muchos colaboradores se incomodaron hasta que lograron naturalizarlo. O, en los días iniciales del retorno a la presencialidad, animarse a incorporar un esquema de trabajo híbrido y, hoy, ver con satisfacción la mejora en el clima laboral.
Puede ser útil setear un lapso en días: “Me comprometo a sostener esto durante 60 días antes de abandonar” o ubicar la ocurrencia de un hecho concreto: “Aguanto hasta que se abra la nueva sucursal”.
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El hecho de fijar un parámetro objetivo, concreto y observable nos disminuirá sensiblemente la angustia y ansiedad, en tanto, estas últimas se basan fuertemente en la incertidumbre. Por ende, a mayor certeza, así sea autoimpuesta, mejor bienestar anímico.
¡Espero puedas aplicarlo!
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